Escape

¿¡Qué mejor que perderse en el mar y nunca más tocar civilización!? ¿¡Qué mejor que dejar este mundo de tristeza, agonía y soledad!? ... Quiero ir al fondo del mar; observar desde el infinito y ¡burlarme, tal vez, de eso a lo que tú llamas vida!
 
Hoy cogí mis cosas, ya no soportaba ni un segundo más la ausencia de ese ser al que tanto quería. Decidí alejarme del frío de la calle (sí, me sumergí en la locura); le robé a un tipo su pasaje para un viaje en barco. No tengo ni idea del lugar que tiene como destino: olvidé como leer o, tal vez, no lo hice, pero no quiero ni saber dónde voy.




Quisieron retenerme en la entrada, sin embargo, por casualidad del destino, vino un empleado y me dejó pasar. Ya dentro, observé el mar: infinito, tan azul, tranquilo pero nada estático, siempre cambiante. Recordé, por un brevísimo instante, el paraíso que tenía cuando era niño. Mi madre, siempre pendiente mío; mi padre, figura de rectitud; mi abuela, sabiduría y religiosidad.


Inició el viaje. No quería creerlo, pero logré despejarme: soñé con un mundo nuevo; una nueva vida; un reinicio a mi quehacer diario; volvería a escribir lejos, muy lejos, de aquel lugar que sólo disfrazó la tristeza con un manto delgado, delgadísimo, de mentiras.


Alguien hizo un juego conmigo y, mientras dormía, me lanzó del barco al mar. Realmente, quien lo hizo, debo felicitarlo ya que tuvo mucho cuidado y no desperté (y soy una persona de sueño ligero). Era ya de día cuando noté que me encontraba en medio de la nada, solo, sobre mi colchón, con nada más que un lápiz y un cuaderno, el cual en la primera hoja decía “disfruta tu nueva vida”, escrita con mucho cuidado, tal vez para que no logre notar al autor.

Al principio grité, como cualquier desesperado, y, como es de suponer, no conseguí respuesta alguna. Con el transcurrir de los días, empecé a disfrutar de esa soledad, después de todo ya no sufría, tenía un libro en el que escribir y aprendí a consumir lo que mi nueva residencia me ofrecía. Una vez, encontré una carta de un joven enamorado, me burlé de las cursilerías que escribía, le grité idiota, sintiéndome el superhombre que tanto anhelé ser.

Era una carta muy extensa y, como tenía tiempo de sobra, día a día avanzaba la lectura. Terminé obsesionándome con esa carta. Tanto así que empecé a verla de otra perspectiva y examinándola note la increíble redacción, el gran sentimiento, pasión amor al arte, entrega y dedicación a una joven a la que describía y ensalzaba simultáneamente. Noté una lágrima a la mitad de la carta. Era imposible que se haya mojado ya que estaba cuidadosamente forrada. ¿Por qué hacer una carta y prepararla para que alguien la encuentre?¿Cómo así llegó al mar?¿Por qué preocuparse tanto?¿Por qué... por qué ... por qué?

La respuesta la encontré al acabar la lectura, encontré una firma junto a una dedicatoria:

“Hola, buen amigo, espero que con esto te recuerdes de mí. Estoy seguro que el destino irá a mi favor y encontrarás esta carta, estoy también seguro que terminarás así, porque ¿Quién más podría conocerme que yo mismo?

Tu mejor amigo, Tú.“

El autor, el joven enamorado al que dije idiota era yo.

Autor: Unknown

Artículo Escape publicado por Unknown el 5 de abril de 2011. 0 comentarios.
 

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